Por el testimonio de la Sra. María de la Luz Salazar Pérez, quien falleció el 7 de enero de 2003 y que perteneció a una de las más antiguas familias de Yautepec, pudimos ubicar la casa donde vivió Don Ignacio Manuel Altamirano en 1853, tomando como base, a la vez, la descripción que hace de ella Marte R. Gómez en compañía de otros jóvenes recién egresados de ingeniería a Yautepec el 10 de febrero de 1915. Después de apersonarse con la autoridad municipal; el general Zapatista Anastasio Salazar, éste les destinó un viejo edificio de dos pisos cercano a la presidencia municipal. Gómez lo detalla así: “Se nos asignó una casa impresionante- una de las mejores de Yautepec, sin duda-, que estaba en bastante buen estado; cuando fui a reconocerla y a visitarla, en fecha reciente (posiblemente 1961) tenía los muros cuarteados y los techos desplomados-, y de cuyo segundo piso nos posesionamos.
Andando el tiempo sabríamos que aquel viejo caserón había sido la casa solariega del señor Licenciado Don Ignacio Manuel Altamirano. Luego se duele Marte R. Gómez de que: “Si mis compañeros y yo hubiéramos tenido entonces la serenidad de juicio que la lucha armada ofusca, o la modesta cultura literaria que con los años nos fuimos formando, nos habríamos sorprendido dolorosamente al ocupar militarmente la mansión desamueblada y un tanto cuanto desportillada, pero aún señorial” de Altamirano. “Instalamos las oficinas –continúa el ing. Gómez- en lo que debió ser la sala, una pieza espaciosa que daba frente a la calle y que iluminaban cuatro ventanas”.
La única casa que existió en el Centro de Yautepec con esas características –para continuar con el testimonio de la señora María de la Luz Salazar fue la que a fines del siglo pasado, y hasta la revolución de 1910 incluso, habitaron los Vidal, en la calle Allende, una de las familias más acaudaladas de Yautepec de esa época, cuya riqueza provenía precisamente de los pródigos huertos frutales que cultivaban, y de un hotel pegado a la casona que aún puede observarse en forma intacta, edificada bajo el mismo estilo que tenía el inmueble donde habitó el Maestro Altamirano, según el ingeniero Marte R. Gómez.
Para el último tercio del siglo XIX don Salomé Vidal había quedado como dueño de esa fortuna. Misántropo y retraído se encerró en su palacete con una hermosa jovencita, hija de un médico de Tlayacapan, María Elvira Altamirano con quien casó ya entrado en años y a quien celaba enfermizamente.
Allá por la década de 1880 –recuerda la señora Salazar Pérez, quien a su vez recogió este relato de una de las protagonistas: su señora madre, Virginia Pérez- un grupo de muchachas hijas de don Daniel Reyes, don Susano Pérez y del doctor Antonio Falcón Roldan se disponían a disfrutar en casa de este último (quemada en mayo de 1911 por los zapatistas de Lucio Moreno, en la toma de Yautepec) el desfile del 16 de septiembre. De pronto vieron que desde la casa de enfrente las llamaba otra jovencita de su misma edad. Atraídas por la curiosidad de conocer la mansión que difícilmente abría sus puertas a extraños, acudieron al llamado. Así conocieron a María Elvira, que prácticamente vivía enclaustrada por su marido, y así conocieron, también, aquella residencia fastuosa y solariega:
Cuatro balcones de hierro forjado daban a la calle, tras los cuales caían espesos cortinajes de brocado y terciopelo, proporcionando a las estancias un aire penumbroso de permanente recogimiento.
En la sala principal cintilaban majestuosos candelabros de cristal cortado importados de Europa. Y allá en el patio murmuraba una fuente en medio de rosales, geranios y floripondios, donde de en cuando en cuando asomabánse bestezuelos de venada y pavos reales. Por los corredores cantaban tristemente las calandrias y los cenzontles, prisioneros -como su ama- en sus jaulas sin saber por qué.
La amabilidad de María –ávida de amigas con quienes convivir- abrumó a sus invitadas. A su disposición puso prontamente bandejas de bocadillos, pasitas caseras y frutas caramelizadas que fueron el deleite de las muchachas. María Elvira era menudita, lo que le daba un aire casi de niña; sus ojos azules, en permanente reposo, tristes, condenados a no ver más que esas cuatro paredes, le daban a su piel morena singular contaste.
A punto de empezar el desfile María Elvira desapareció.
Por prudencia las jovencitas no preguntaron a la servidumbre acerca de su paradero. Pero no tardaron en averiguarlo: María solamente podía tener contacto con el mundo exterior a través de un visillo que tenía uno de los ventanales desde el cual estuvo observando a los contingentes hasta que terminaron de pasar.
A partir de ahí nació entre las muchachas una viva y sincera simpatía, y sus reuniones se hicieron frecuentes. Después de todo Don Salomé Vidal no podía rechazar esta naciente amistad, que hubiera sido tanto como rechazar la de los padres de las señoritas, todos con fuertes intereses en la comunidad.
Esta relación tuvo que verse interrumpida por la vorágine de la Revolución. Un buen día Don Salomé contrató a un grueso grupo de lugareños para que, perfectamente pertrechados con carabinas, custodiaran las recuas que trasladaron sus cuantiosos caudales hacia la capital.
La familia Vidal no volvió a Yautepec, y la casa con el tiempo se tornó ruinosa.
Para terminar apuntaremos sólo como mera curiosidad, el hecho de que esta casa haya sido habitada por otro Altamirano:
doña María Elvira Altamirano de Vidal –sin ninguna conexión, obviamente con el del Tixtla-. Pero no deja de causa asombro las grandes coincidencias que se dan dentro de ese mundo sobrenatural que parece envolver la vida y la muerte de los seres excepcionales.
Biografía: Altamirano en Yautepec. Breviario de su estancia en 1853, del Cronista Manuel Salazar Ávila.
Miguel Ángel Alarcón Urbán Cronista Municipal